jueves, 13 de octubre de 2011

El fenómeno de la corrupción

Entre las pocas novedades aportadas por la campaña de las elecciones locales y autonómicas, hay que señalar como un nuevo y preocupante elemento la defensa numantina que la derechona ha hecho sde las listas con candidatos imputados en casos de corrupción, actitud que sería de lamentar si se repitiese en las próximas elecciones generales.

Aunque había imputados por prevaricación, cohecho o falsedad en documento público en las listas de otros partidos, los casos más escandalosos se han visto en las del Partido Popular -las listas Gürtel-. que, para pasmo de las personas  honradas, han resultado clamorosamente victoriosas. Con lo cual, cabe colegir, que al defender a candidatos presuntamente corruptos,  los líderes populares han logrado corromper a los votantes al habituarles a admitir la corrupción en las instituciones representativas como algo meritorio que requiere especial pericia. Una vez admitido el principio mercantil de que todos tenemos un precio, llegar a ser un corrupto importante depende de la ocasión y de la habilidad, disfrazada en el lenguaje de la calle como inteligencia, para negociar al alza el valor de la propia falta de honradez.

Por el modo en que se ha extendido y los niveles que ha alcanzado en los partidos políticos y en las instituciones representativas, el fenómeno de la corrupción política presenta una dimensión nueva, pues ya no se trata de una indeseable excrecencia del sistema o de una actividad anómala para financiar a los partidos, si no de un elemento dinamizador del modelo económico unido estrechamente a viejos usos como el caciquismo y el clientelismo político, que son los canales por donde se desparraman los ilegales beneficios de la colusión del poder político y el interés privado hacia los círculos de afortunados seguidores.

El fenómeno de la corrupción revela la ausencia de normas reguladoras más precisas, las romas herramientas de la oposición para ejercer su función vigilante, las deficiencias y vicios de la administración de justicia, pero sobre todo una forma despótica de ejercer el poder, sea local, autonómico o nacional, como es la opacidad, o gobernar en secreto para evitar rendir cuentas a la ciudadanía, como muy bien sabe Francisco Correa, amigo del dinero público obtenido de forma ilegal.

En el consejo que el experto cabecilla de la trama Gürtel daba al aprendiz en el asunto del mamoneo Carlos Clemente, ex viceconsejero de Inmigración de la Comunidad de Madrid -Hay que ser opaco y no transmitir que haces bussiness-, recomendaba actuar con intención dolosa para facilitar la colaboración de los gestores públicos y evitar el control de la oposición.

En un país con una alta proporción de economía sumergida (se estima en un 22% del PIB) y una extendida tolerancia hacia la evasión fiscal y los delitos económicos, el triunfo electoral de listas con imputados por corrupción es una muestra de la perversión de la actividad política, de la impotencia de la administración de justicia, de la degeneración de la vida democrática y de la putrefacción ética de  una parte importante de la ciudadanía, así como una prueba de la doble moral católica, tan presente en la derecha, y de la firmeza del voto ideologico: que ganen los míos, aunque sean, presuntamente o realmente, corruptos.

(Extraído del artículo de José M. Roca "La derecha que viene"; publicado en El Viejo Topo. Nº 285. Octubre de 2011).

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